Volvió Rafael Nadal, el tenista español venció y apabulló en la final al suizo Stan Wawrinka (6-2, 6-3 y 6-1, en 2h 05m) para elevar su 15º título del Grand Slam, por lo que ya contempla por el retrovisor al estadounidense Pete Sampras (14), con el que igualaba desde que obtuviera su último cetro en la cité, en 2014; se situó así a solo tres del plusmarquista Roger Federer (18).
El mallorquín, que ocupa el segundo puesto ya en el listado mundial, pasó como un rodillo hacia la Copa de los Mosqueteros, la 22ª que obtiene un jugador español en el major francés. Es, además, su 53º premio en tierra batida y la tercera vez que cierra su participación sin ceder un solo set.
El público recibió con relativa igualdad a los dos protagonistas, que de entrada comenzaron imprecisos, casi tan plomizos como la meteorología. El plan de uno y otro estaba claro, pero ninguno de los dos conseguía aplicarlo. El de Rafa Nadal decía que tenía que menear al suizo y hacerlo correr, intentar que no encontrase puntos francos de tiro para minimizar el impacto de su derecha y su revés, golpes cortantes y violentos. El de Wawrinka, mientras, pasaba esencialmente por ser agresivo y morder, porque de otra manera no tendría escapatoria; tal vez ante otro, pero no ante Nadal.
Les costó a ambos adaptarse al juego y, desde la tribuna de prensa, se escuchaba una ligera reverberación cada vez que Nadal atacaba. Peloteaba el balear, 31 años y ocho días ayer, como quien espanta moscas, con la solidez y la entereza propias de quien afronta la empresa como un ejercicio puramente rutinario.
Stan y la losa del primer set
Un avión de la armada francesa surcó en dos ocasiones el cielo, pero ni así se despistaba a Nadal, que estaba metido completamente en el juego. Y a este, 32 primaveras, se le vino rápidamente abajo la estrategia, porque en ningún momento pudo pegar con comodidad, casi siempre forzado y en escorzos difíciles, así que la bola aterrizaba blandita en el otro lado y Nadal tomaba pista y entraba hasta el fondo, sin compasión. Quebró el servicio del suizo al sexto juego y a partir de ese instante, c’est fini, muy poquito que hacer para Stan, set abajo frente al coloso y en esa pista. Demasiado para él, demasiado para cualquiera.
Nadal en esencia, como un ogro, intentó a más no poder, tirando reveses cruzados e inalcanzables. Se enganchó la grada al despliegue y se puso en pie cuando el de Manacor tiró un paralelo que franqueó la red por un costado y botó en el ángulo. Desde entonces, decibelios y prácticamente un actor único, porque Wawrinka fue desdibujándose y perdiendo fuelle, y además retumbaron los bramidos: “¡Rafa, Rafa, Rafa!”, se jaleaba con la erre falsa del acento francés.
Se le fue larga una bola al helvético y estalló: raquetazo al suelo y luego un toque certero con la rodilla para partirla en dos. Demonios fuera, feo gesto, pero solo una ligera reprimenda del aficionado, consciente del desquicie que supone hacer frente a Nadal. Este navegó a velocidad de crucero, con un ritmo constante y sin variar un ápice el plan trazado. Ni siquiera se inmutó cuando el juez le reprendió por demorarse con el saque, viejo enemigo el reloj.
Una hegemonía única en la Era Abierta
Así es Nadal, uno de los grandes del tenis en París, donde algunos piden que se le levante una estatua y puede que no les falte razón. Ningún tenista, a excepción de Margaret Court –11 trofeos del Open de Australia, pero la mayoría de ellos obtenidos antes de la Era Abierta, de 1968–, ha conseguido lo que ha logrado Rafael, monopolizar un torneo de esta forma, con tanta hegemonía, con tantísima autoridad.
No triunfaba en sus dominios desde hacía tres años, por el desajuste psicológico de 2015 y la lesión de muñeca de 2016. Pero este año, en una versión evolucionada y perfeccionada, volvió a retomar el mando y a sentarse en la poltrona parisina.
El fotograma final fue el de las otras nueve veces, tendido en el suelo y embadurnado en arena, su querida arena. Después recibió de manos de su tío Toni el trofeo que, por fin, se quedará en propiedad. Increíble lo de Nadal, el renacido Nadal. Por siempre, Rafael Nadal.
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