Las élites de Washington siempre han considerado la guerra con Corea del Norte como algo casi impensable. Sin embargo, oscurecido por los giros salvajes y la cacofonía diaria de la presidencia de Trump, la sabiduría convencional está cambiando.
Mientras el presidente Donald Trump aviva las brasas en Twitter y critica al «hombre de los cohetes» Kim Jong Un, también hay un tono de endurecimiento perceptible entre los altos funcionarios de la defensa norteamericana. La acción militar para detener la marcha de Corea del Norte hacia un misil con una cabeza nuclear que pudiera golpear el territorio continental de Estados Unidos parece ser una posibilidad cada vez más creciente.
Trump elevó la retórica un poco más en una entrevista con Fox Business Network transmitida el domingo, en la que dijo que Washington estaba «tan preparado, que no lo creerías» para cualquier contingencia con Pyonyang.
«Te sorprendería ver cuán preparados estamos si es necesario«, dijo Trump. «¿Sería bueno no hacer eso? La respuesta es sí. ¿Eso sucederá? Quién sabe, quién sabe».
El poder para asombrar de Trump se ha visto erosionado por el extraordinario espectáculo de sus nueve meses como presidente.
Sin embargo, sigue siendo impresionante escuchar a un presidente estadounidense hablar tan abiertamente sobre la posibilidad de una guerra, que podría, en algunos escenarios, causar una mayor devastación que cualquier conflicto que haya tenido Estados Unidos, al menos desde la Guerra de Vietnam.
No hay señales inmediatas de que la administración se esté preparando para una acción militar, por ejemplo, mediante la evacuación de familias de militares estadounidenses en Corea del Sur, o con la acumulación de tropas o material.
Aunque también es posible que el endurecimiento de la retórica de la administración y la estrecha ventana para que la diplomacia funcione represente un momento significativo en la evolución de una crisis que podría definir finalmente la presidencia de Trump.
El costo potencial humanitario, militar y diplomático de una guerra con el reclusivo estado dinástico ha sido citado durante mucho tiempo como la razón por la que nunca debería suceder. Las advertencias sobre los miles de cohetes y proyectiles de artillería de Corea del Norte que podrían llover sobre Seúl y amenazar a millones de personas, reflejan la realidad de que la próspera y democrática Corea del Sur es una nación rehén de sus geográficos e impredecibles hermanos del norte y de cualquier decisión de su aliado, Estados Unidos, a lanzar un ataque preventivo.
Otras consideraciones, incluida la perspectiva de un colapso del estado de Corea del Norte y una crisis masiva de refugiados, sin mencionar una peligrosa escalada de las tensiones entre Estados Unidos y China, también han significado que la perspectiva de una guerra con Pyongyang siga siendo en gran medida una propuesta teórica para medio siglo.
Pero Trump logró un aumento de la ansiedad de la región cuando advirtió que Estados Unidos podría hacer llover «fuego y furia» sobre Corea del Norte en agosto y luego dijo que las fuerzas militares estadounidenses estaban «cerradas y cargadas».
Por un lado, la retórica endurecida de Washington puede atribuirse a las apuestas crecientes de enfrentamiento. Los lanzamientos de misiles balísticos de Corea del Norte y la prueba nuclear de este año significan que Trump será el presidente que enfrente el dilema que sus predecesores temían desde hace mucho tiempo: qué hacer con un dictador impredecible, con el poder de golpear al territorio estadounidense con un misil balístico de largo alcance con una punta nuclear.
«Bueno, esperemos que la diplomacia funcione»
Existe una creciente preocupación, expresada discretamente en conversaciones privadas en Washington entre expertos en política exterior, miembros del Congreso y antiguos funcionarios de seguridad nacional, de que la guerra es cada vez más posible.
Muchas personas bien ubicadas comienzan a preguntarse si existe una salida.
Altos funcionarios, hablando sobre las últimas semanas, han hecho declaraciones de la forma más directa y pública sobre la posibilidad de un conflicto de maneras que generan dudas sobre el enfoque de la administración.
El domingo pasado en «State of the Union» de CNN, el Secretario de Estado Rex Tillerson prometió mantener la diplomacia hasta que «la primera bomba caiga».
Sus comentarios podrían interpretarse como la disposición a nunca abandonar la diplomacia, a pesar de que Trump le dijo en un tweet reciente que estaba «perdiendo el tiempo».
O bien, Tillerson podría estar buscando ampliar su influencia con una amenaza creíble de fuerza: la percepción de que Estados Unidos nunca podría usar la fuerza en la Península Coreana claramente erosiona la fortaleza de su posición diplomática.
Pero sus comentarios también podrían tener una interpretación más oscura.
La semana pasada, el director de la CIA, Mike Pompeo, advirtió que Estados Unidos debería comportarse como si Corea del Norte estuviera cerca del «paso final» de llevar a 320 millones de estadounidenses al alcance de una bomba nuclear. En una reunión informativa en octubre, el jefe de gabinete de la Casa Blanca, John Kelly, también habló siniestramente.
«En este momento, creemos que la amenaza es manejable, pero con el tiempo, si crece más allá de lo que es hoy, bueno, esperemos que la diplomacia funcione«, dijo.
El ex director de la CIA John Brennan ubicó la semana pasada el riesgo de una guerra de Estados Unidos con Corea del Norte, al menos en uno de cinco.
¿Y qué hay de China?
A pesar de los crecientes riesgos, hay pocas señales de un intenso esfuerzo diplomático de la administración para aliviar la crisis más allá de las nuevas sanciones aprobadas durante el verano contra Pyongyang y respaldadas por Rusia y China.
El ritmo aumentará el próximo mes, cuando Trump visite Asia en un viaje que resaltará la profundización de la crisis de Corea del Norte y podría llevar a más provocaciones por parte de Pyongyang, incluidas posibles nuevas pruebas de misiles.
Ese viaje podría proporcionar una pista sobre la estrategia de la administración, ya que hablar de la posibilidad de una guerra sería una forma lógica de intentar presionar a China para que haga más para convencer a su aliado recalcitrante de que cambie su comportamiento.
En línea con las últimas sanciones, China ha apretado los límites financieros a Corea del Norte, pero no está claro hasta dónde está dispuesto a llegar para aislar a Pyongyang. Pekín no ha dado señales de que haya cambiado su negativa a desestabilizar el régimen de Kim ni eventualmente aceptar una Corea unida que, según teme, pueda ser un estado aliado de Estados Unidos ubicado cerca de sus fronteras.
Muchos observadores creen que Washington sobreestima la influencia de China en Kim, que no tiene ninguna relación con el presidente chino, Xi Jinping.
Si ese punto de vista es correcto, las conversaciones bélicas podrían trabar a los Estados Unidos en un ciclo de intensificación que tome su propio impulso sin cambiar los cálculos de China.
Por otro lado, la posición de Washington -la cual es que Trump nunca aceptará que Corea del Norte tenga un arma nuclear que pueda llegar a Estados Unidos- está muy arraigada.
Del mismo modo, la mayoría de los expertos creen que Kim nunca aceptará renunciar a un programa nuclear que él ve como una garantía de supervivencia del régimen contra un Estados Unidos hostil que ha demonizado para solidificar su gobierno tiránico.
Parece haber poco espacio para compromiso o creatividad diplomática, y la perspectiva de que las sanciones podrían derrocar al régimen de Kim antes de que pueda desplegar un misil de largo alcance con una ojiva nuclear parece oscura.
Ni Trump, ni Kim parecen tener intenciones de encontrar una vía de salida de la confrontación.
Y es por eso que las conversaciones bélicas en Washington deberían tomarse en serio.
A CONTINUACIÓN: Trump extiende veto migratorio a ciudadanos de Corea del Norte, Venezuela y Chad. HAZ CLICK AQUÍ PARA SEGUIR VIENDO >>