Los crecientes lazos políticos y económicos de China en América Latina han sido un tema de debate y preocupación entre los analistas y formuladores de políticas estadounidenses durante más de una década. El mes pasado, la Casa Blanca le llamó la atención a El Salvador por abandonar sus lazos diplomáticos con Taiwán a favor de la República Popular China. Las tensiones se intensificaron más esta semana, cuando el Departamento de Estado ordenó regresar a Washington a su embajador en El Salvador y citó a sus principales diplomáticos en la República Dominicana y Panamá para consultas oficiales en respuesta a las recientes decisiones de estos países de reconocer a China. Este enfoque cada vez más estridente de Washington tendrá implicaciones importantes para la política norteamericana en América Latina.
El problema comenzó el 21 de agosto, cuando el presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, declaró que el país centroamericano, de 6 millones de habitantes, revocó su relación diplomática de 57 años con Taiwán a favor de establecer vínculos con China continental. El anuncio, casi sin advertencia previa, durante un discurso nacional televisado pronto provocó conmociones en las capitales extranjeras de Beijing, Taipéi y Washington. Los primeros signos de discordia fueron los murmullos de desaprobación del embajador de EE.UU. en El Salvador, Jean Manes, y altos funcionarios estadounidenses a cargo de la política hemisférica en Washington, así como una alarma del senador de Florida, Marco Rubio, que calificó la decisión como un «terrible error». La presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, denunció el «cada vez más descontrolado comportamiento de China». No obstante, los funcionarios de Beijing prometieron que «el pueblo de El Salvador sentirá la calidez y la amistad del pueblo del gigante asiático y obtendrá beneficios tangibles de su cooperación”.
Dos días después, el 23 de agosto, la Casa Blanca intervino con una declaración condenando la decisión de El Salvador como «receptividad a la aparente interferencia de China en la política interna de un país del hemisferio occidental”. Describiendo el asunto como «de grave preocupación para EE.UU.”, el gobierno de Trump advirtió que habrá una «reevaluación de nuestra relación con El Salvador» y que «EE.UU. continuará oponiéndose a los intentos de desestabilización de China y a su interferencia política en el hemisferio occidental”.
El desafío de la creciente influencia de Beijing en América Latina es indudablemente real.
En 2017, el comercio total de China con América Latina alcanzó los US$ 260.000 millones, un enorme aumento respecto de los US$ 10.000 millones del año 2000, y el stock de inversión extranjera directa superó de manera similar los US$ 200.000 millones. Recientemente, el gigante asiático eclipsó a la Unión Europea para convertirse en el segundo socio comercial de América Latina después de EE.UU.