Luego de un motín de una prisión en Brasil, casi 100 reclusos perdieron la vida sólo en la primera semana de enero, brutalmente asesinados y los guardias aparentemente fueron incapaces de detener el derramamiento de sangre.
¿Pero cómo se ha llegado a esto?
Primer problema: hacinamiento
La represión de los delitos violentos y relacionados con las drogas en los últimos años ha visto dispararse la población carcelaria de Brasil desde el cambio de siglo.
AFP
La prisión del estado de Roraima, donde 33 reclusos fueron asesinados el 6 de enero, tenía 1.400 reclusos cuando comenzó un motín mortal. Eso es el doble de su capacidad.
El hacinamiento hace que sea difícil para las autoridades penitenciarias mantener a las facciones rivales separadas. También aumenta las tensiones dentro de las celdas y los reclusos compiten por recursos limitados, como colchones y comida.
En el estado relativamente rico de Sao Paulo, un guardia vigila a entre 300 y 400 presos en algunas cárceles, dijo a Reuters Camila Dias, socióloga de la Universidad Federal de ABC en Sao Paulo y experta en el sistema carcelario de Brasil.
Eso significa que es relativamente fácil para los prisioneros y pandillas tomar el control de las instalaciones. Como resultado, «cuando los presos quieren un levantamiento, tienen un levantamiento», dijo la Sra. Dias.
Problema dos: guerra de pandillas
Los asesinatos ya son comunes dentro de las cárceles de Brasil: 372 reclusos perdieron la vida de esta manera en 2016, según el periódico Folha de Sao Paulo, pero este reciente aumento se ha relacionado con la ruptura de una tregua de dos décadas entre las pandillas más poderosas del país.
Hasta hace poco, la pandilla de narcotraficantes Primer Comando de la Capital (PCC) con sede en Sao Paulo y el Comando Rojo de Río de Janeiro tenían una relación de trabajo, supuestamente para garantizar el flujo de marihuana, cocaína y armas sobre las porosas fronteras de Brasil y hacia sus ciudades.
Pero recientemente se han caído, aunque las razones exactas por las que se rompió la tregua siguen sin estar claras.
Y luego de la represión del gobierno contra las bandas criminales, hay miles de miembros de ambas pandillas encerrados dentro de las cárceles brasileñas.
Rafael Alcadipani, un experto en seguridad pública del grupo de expertos de la Fundación Getulio Vargas en Sao Paulo, dijo a Reuters que significa que cualquier disputa entre las dos partes en las calles casi seguramente se extenderá a las cárceles mayormente «autorreguladas».
«Vemos que tan pronto como tengamos una guerra de pandillas, estos asesinatos inevitablemente sucederán porque el estado no tiene control sobre las cárceles», dijo.
Problema tres: falta de recursos
Muchas prisiones brasileñas carecen de fondos suficientes.
Luego de los disturbios mortales en Amazonas, el gobernador estatal José Melo solicitó al gobierno federal equipos como escáneres, etiquetas electrónicas y dispositivos que bloqueen las señales de los teléfonos celulares dentro de las cárceles.
Su pedido ilustra la falta de equipamiento básico en las prisiones que albergan a un gran número de prisioneros.
También dijo que la policía estatal estaba luchando para hacer frente y solicitó que se enviaran fuerzas federales.
Los guardias de prisión mal entrenados y mal pagados a menudo enfrentan presos que no solo los superan en número, sino que también sienten que tienen poco que perder ya que enfrentan largas condenas.
Tras el motín del 1 de enero, que dejó 56 reclusos muertos en una prisión de Manaus, el gobierno brasileño anunció un plan para modernizar el sistema penitenciario.
Pero con Brasil atravesando su peor recesión en dos décadas y un tope de 20 años para el gasto público, es difícil ver cómo el gobierno planea financiarlo.