ADVERTENCIA: el presente artículo contiene spoilers importantes sobre el final de la temporada 7 de «Juego de Tronos», léelo bajo tu propio riesgo.
Si «Juego de Tronos» ha sido un incendio controlado durante gran parte de su recorrido, la temporada que recién acaba de culminar ha sido una explosión violenta, una historia abrumadora con un ritmo vertiginoso. Después de una temporada marcada por batallas masivas, el episodio final sabiamente cerró la penúltima temporada enfocándose firmemente en los personajes del show y en su densa mitología.
Fueron, de principio a fin, 80 minutos de televisión hermosamente realizada, un episodio que reunió a una serie de personajes clave en la trama, y que luego culminó con una imagen que hizo que se nos cayera la mandíbula – la caída del gran muro que, recordemos, fue precisamente diseñado para contener las amenazas del norte, cuyo paso conduciría a la puesta en escena de una gran guerra entre los vivos y el ejército de los muertos.
Hubo tantos momentos importantes en el episodio, creados para hacer que los fans enloquezcan, que es difícil, francamente, saber por dónde empezar.
Los aspectos más destacados incluyeron, pero ciertamente no se limitaron a, el desvelamiento oficial del verdadero linaje de Jon Snow, nombre y derecho de nacimiento, Snow (Kit Harington) y Daenerys añadiendo otro frente a los romances incómodamente complicados del programa; Y las hermanas Stark, Arya (Maisie Williams) y Sansa (Sophie Turner), se unen para ejecutar al intrigante Petyr Baelish (Aidan Gillen), casi tan satisfechas como cualquier espectador que haya seguido el programa desde el comienzo.
Sin embargo, esta última entrega, dirigida por Jeremy Podeswa, fue igualmente notable por sus pequeños momentos, especialmente los reencuentros de amigos y enemigos por igual. Hubo un intercambio entre el Perro (Rory McCann) y Brienne (Gwendoline Christie), mucho después de su brutal duelo; Tyrion (Peter Dinklage) y el mercenario Bronn (Jerome Flynn); Y Jon Snow y Theon (Alfie Allen), los dos hijos adoptivos de Ned Stark, cuya memoria también reavivó en la escena final de Arya y Sansa, extendiendo una sombra muy larga sobre este capítulo.
Con una temporada totalmente recortada (de seis episodios en total) para resolver la historia, es casi vertiginoso contemplar a dónde se dirige «Juego de Tronos» a partir de aquí. Con Cersei (Lena Headey, entregando otra maravillosa actuación) traicionando su promesa de ayudar en la lucha contra los Caminantes Blancos, la próxima temporada parecería augurar dos enormes conflictos, como advirtió su hermano Jaime (Nikolaj Coster-Waldau), independientemente de cómo resulte el primero.
En cuanto al futuro, mediante un repaso de los libros de George R. R. Martin, los productores D.B. Weiss y David Benioff han sentado las bases para una temporada final que debe desencadenar otro frenesí mediático, para lo que se requieren más episodios con una duración más extensa, sólo para unir todos los cabos que quedan sueltos.
Aunque ya todos lo sabemos, debe repetirse: «Juego de Tronos» opera a un nivel diferente a cualquier otra cosa que hayamos visto en la televisión, acoplando el espectáculo de un éxito de taquilla teatral con el extenso drama serializado de «The Sopranos».
Si la octava temporada está a la par de los siete episodios de la séptima, cuando se escriba la historia de los grandes dramas televisivos, ese emparejamiento va a ser una jugada muy difícil de vencer.